Querida Julia,

A veces qusiera no ser tan egoísta como los demás dicen no ser, proponerte matrimonio y coger a toda hora hasta engendrar un niño. Mis compañeros de trabajo alardean sobre la felicidad que les dio esa decisión, los ex-compañeros de la secundaria me mandan correos repletos de emoticones sonrientes invitandome a un baby shower, presumiendo que ha sido lo mejor que han hecho por su existencia. Lo he pensado y tal vez ellos se encuentran a gusto con su vida; táchame de pendejo pero yo no. 

No importa el tono en que me hablen durante esos incómodos encuentros casuales en el metrobús, tampoco importa que me cuenten sobre el tamaño de la sonrisa que se me dibujo en el momento que te conocí o si mi cabello se ve más brillante a pesar de seguir usando el mismo shampoo sin acondicionador que promete mantenerme con cabello pasando los cuarenta, desde aquella clase en secundaria que nos advirtió sobre la genética. No puedo darles la razón, cuando nombré como amor al sentimiento hacia tí me sentí completamente inadecuado. Más sólo de lo que estaba por el simple hecho de ponerte en la tecla 1 del marcado rápido. 

Quizás es el caracter que se me negó al jamás practicar un deporte organizado y en forma lo que me impide dar con las teclas que escriban una misiva anunciándo a mis contactos en el messenger que tengo una ladatel guardada en la cartera y un número que puedo recitar tan fácil como una canción de los Ramones al cual marcar durante esas noches en que el transporte se me niega y no tengo otra más que caminar cuidando mi espalda de patrulleros y necesitados desesperados y sin tiempo de valorar su imaginación. O puede ser que no la escriba porque no puedo permitir a mi estupida voz invadir tus horas a solas, tiraré a un bote la tarjeta y tomaré un empleo como cartero aceptando las condiciones laborales más disparatadas con tal de adueñarme del código postal que habitas; una carta jamás llega a deshoras ni interrumpe la vida de alguien, ¿me entiendes? 

Los espíritus más brillantes de mi generación juegan al duro escudándose en todas las canciones pop sobre el desamor que la radio nos puso y los blogs se han encargado enfermizamente de hacernos recordar, parecen pasar por alto que todos estamos aterrados. Al despertar y decirte buenos días tengo que reunir fuerza para abandonar la cama que dejaste tibia, por lo regular me lleva quince minutos hacerlo, luego al baño que abandonaste escurriendo apresurada y alimentos para aguantar lo que viene. Un perro se me acerca y la mujer que lo pasea me ignora, si lo pienso dos veces haría más largo el beso de despedida que nos dimos en el marco de la puerta; en el metro algunos miran con desconfianza a su alrededor y espían con la mirada al sujeto de gorra y chamarra con forro de borrego, si lo pienso tres veces haría de ese beso de despedida un saludo acercandote por la cintura; al llegar a la oficina mi vecino de escritorio me estrecha la mano con firmeza, dice hola con efusividad y ambos cuidamos de no mencionar la melancolía en nuestras miradas, si lo pienso por cuarta vez haría de esa despedida la primera mirada que cruzamos. 

La hora de abandonar el edificio ha llegado, no tengo que pensarlo otra vez, marco nuestro número desde la calle, las manos me sudan y no tengo claro que decir, tenemos identificador de llamadas pero los benditos teléfonos públicos se registran como privados. Cuelgo al oírte, suenas agitada, como si hubieras corrido desde el corredor; siempre te hago lo mismo, disculpa pero me gusta seguir siendo ese tímido pervertido excitado por tú -si- al contestar. 

tuyo,
RAC


Septiembre 19, 08

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