ponle la nariz al payaso.

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Pasas de largo un espacio vacío porque te revienta darle una moneda al hombre con franela que te chifla por el retrovisor; la fiesta de la hija de tu jefe ha comenzado hace unos veinte minutos y tú te sigues preguntando lo que hacías con tus mañanas de sábado: dormir, tomar coca, trapear la casa de otro, ladrar con tu perro, leer un libro, lavar la ropa, tomar dos camiones para llegar a tu empleo, salir con los papás, echar la cáscara, comer carnitas, despertar crudo, ver partidos directos de Italia, ir a clases, regresar a casa...

En el asiento del copiloto tu pareja bosteza el desvelo, tal vez se pregunta lo mismo al tiempo que das vuelta en la esquina eludiendo al puto franelero; le subes al radio para no oír la llamada del colega que venías siguiendo. Seguro justificará las tres llamadas perdidas en tu falta de orientación, tú dirás que te quedaste sin pila aunque piensas que prefieres botar el aparato y arrollar los ochocientos pesos mensuales que pagas por el a escucharle otra vez dando indicaciones.

Pasas demasiado tiempo con estos hombres y ni siquiera te dejan oler sus interiores, si tan siquiera tuvieran tu sangre o defendieran los mismos colores piensas valdría la pena darle una moneda al hombre con la franela. Tener en común el mismo garabato en los cheques es su excusa para llenar tu agenda de invitaciones; abrazos, regalos, antojitos mexicanos recién descongelados y la misma platica de la semana es lo que ahora haces los sábados por la mañana, para ya con eso de recordar.

Otra vuelta y el franelero te mira risueño, le subes otro poco al radio y tu pareja reclina el asiento; permanece en silencio porque sabe lo inútil que sería ofrecerte de su bolsillo una moneda que te de derecho a parar en el lugar frente al salón. Esperas la voz del locutor, esperas una llamada a la estación de otro sujeto atascado en sus recuerdos sabatinos, esperas la voz de Tom Petty que te haga pisar el acelerador, piensas en tu copiloto besándote por haberlos liberado, piensas en como huele la grasa de una comida al borde de la carretera, te preguntas si en todos los estados dejan entrar mujeres a las cantinas y en seguida te reprendes por preguntarlo, piensas si será verdad lo que se dice sobre la comida en un avión, piensas en la gasolina que necesitas para cruzar la frontera y te das cuenta que si no le das ya cinco pesos al hombre de la franela para que quite su bote y te deje estacionar arriba de una grúa vas a regresar.

Mayo 31, 09

Requisito indispensable: Actitud de servicio.

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Fumadores, no los envidio, pero tampoco los compadezco. Mi día laboral
está lleno de vicios, que camuflados en su cotidianidad y aparente
naturalidad, se vuelven peligrosos. 6:30 a.m. aprieto compulsivamente
la opción de posponer la alarma. también recurrentemente, y como
resultado de lo anterior, mi desayuno es todo menos sano. Por breve y
“chatarroso" es de mis vicios favoritos. Ya encaminado, nunca abordo
el primer pesero que me lleva a mi destino, aún cuando siempre salgo
tarde. De la misma manera, a ningún puesto de revistas se le perdona
inspección. Ni así logro llegar mas de 20 minutos tarde, los cuales
nadie me perdona... por que nadie se entera. Siempre soy el primero en
la escena, seguido soy el único.
Es hora de los vicios corporativos: abrir el messenger (con muy pocos
contactos de trabajo, que además están bloqueados), ver que hay de
nuevo en los blogs de mis amistades, así como en youtube, y arrancar.
Me considero eficiente, aunque no siempre lo fuí y mi trabjo me
costó. resuelvo los trabajos en poco tiempo y, a veces, reporto que no
los he acabado, en parte por inseguridad del resultado, y en parte
para hacerme pato un rato.
Llega la primer, y últimamente única figura de autoridad entre una y
dos de la tarde. Por supuesto, con sus pendientes atrasadísimos. A la
una ya me ruge la pansa (ya no estoy disfrutando el desayuno) a las
dos es mi hora de salir a comer y, finalmente a las tres, lo logro.
Más comida chatarra logra la ilusión de satisfacción. A esta hora
todo lo daría por una comida en orden, pero estoy en medio de la nada.
La rigurosa torta. Regreso a tupirle a los atrasados pendientes
haciendo gala de mi mayor vicio: actitud de servicio. Hora de salida,
6:00 p.m. Son en realidad las nueve, y a continuación explico lo del
serVICIO:

-Autoridad: “Perdón, seguro ya te quieres ir"

-Yo (pensando) “¿irme? si ni quería venir..."

-Yo (hablando) “no hay problema, le seguimos...

¡¿Que hago aquí?!

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Agradezco la amable invitación de Santiago de Cayeta, y la presupuesta paciencia de

Elaborar una divagación complicada con apariencia de profundidad.

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Segunda entrega. 

Tema, los vicios que no puedes dejar no importa cuan duro lo intentas. Como bien te imaginas esa lucha es memorable para toda la humanidad así que la manera de escribirlo será dejando en claro lo heróico del asunto, una epopeya (una adaptación, no es que tengamos el tiempo de entregar una).

Fecha de entrega, domingo 12 de octubre del 2008.